¡HARPO HABLA!, por Juan Soto Ivars

Para Alfredo Moreno, el señor de los 39 escalones, el que lo sabe todo de guiones y movies.

Esta magnífica reseña es de Juan Soto Ivars. Os recomiendo su lectura. Me lo agradeceréis.

Todo el mundo habrá leído a Groucho y Karl Marx. Las bromas del que se pintaba el bigote y fumaba puros funcionaron algo mejor que las del otro. Pero ¿qué hay del mudo? Pues Harpo habla. Habla muchísimo. Durante toda su vida, según nos cuenta él mismo, se dedicó al exclusivo arte de escuchar. No era algo común en la época que vivió: la de los genios, la era en que Norteamérica se convirtió en la factoría de ingenios más rutilante, luminosa y alegre del mundo. Él escuchó y escuchó y, aunque se jacta de su absoluta falta de memoria, el libro es tan prolijo en recuerdos como lo fueron en carcajadas las películas de los Marx.

La mejor manera de recomendar este libro es leerlo en una cafetería repleta de gente. Al poco tiempo, la risa del lector atraerá a algunos curiosos que pregunten si uno se ha vuelto loco. Unas cuantas líneas compartidas se encargarán de dispararlos a la librería. Pero hay mucho más, porque todo comediante brillante es también un hombre brillante.

El mudo y el arpa

Harpo fue expulsado del colegio a los ocho años. No salió andando por la puerta, sino lanzado por la ventana. Su madre, Minnie, encargada de que los Hermanos se dedicasen a la comedia durante años de inflexible insistencia, no se preocupó. Andaba demasiado atareada en mantener a Chico fuera de las mesas de billar.

Pero ¿qué hay de su silencio? Muchos piensan que era realmente mudo. Es un error común que provocó la siguiente escena: Frenchie, el padre de los Marx, asistió a una de las primeras representaciones exitosas. El público se carcajeaba con las payasadas de Harpo, pero un señor meneaba todo el tiempo la cabeza. Frenchie preguntó qué le ocurría y el hombre dijo que era denigrante tratar así a un mudo. El padre sugirió que quizás el actor no era mudo, pero el hombre seguía en sus trece. Apostaron cinco dólares y el padre condujo al hombre al camerino. Harpo le dijo: es un placer conocer a un amigo de mi padre.

Su mutismo fue un arma muy poderosa en tiempos de la radio. Descubrió sus dotes de actor burlándose de los demás. Uno de sus pasatiempos favoritos, su verdadera pasión al margen del arpa, el juego y la pintura, fue despertar la risa ajena utilizando la propia: reírse de un incauto era su mayor placer. Dos episodios, cuando era un macaco, trazaron líneas de ferrocarril hasta el confín de su vida. Una vez se visitó de puta barata para horrorizar a unas parientes. Otra, inventó la mueca Gookie imitando a un torcedor de puros. A través del escaparate del estanco de la calle Lexington lo imitaba para enfurecerlo. Aquello convirtió al niño en payaso, y le dio su profesión sin pisar el colegio.

Harpo Marx en 1926 (Foto: Vandamm Studio, de dominio público)

Pero el verdadero Harpo, confiesa él, es el que se sentaba a tocar el arpa. La curiosidad por este instrumento le vino de un viejo trasto polvoriento de su abuela. Aprendió a tocar con el hombro equivocado y jamás consiguió leer una partitura. Un día, convencido de la necesidad de aprender, contrató a un músico profesional como profesor de solfeo. El maestro le pidió que tocase una pieza para ver cómo andaba de nivel. Cuando acabó, le pidió que tocase otra, que siguiera tocando. Fascinado con el talento de su alumno, el maestro fue despedido: resultó que Harpo pagó para enseñarle a él.

Ciñéndonos a su confesión, una de las escenas más nítidas del Harpo real está rodada en 1935, cuando a su vuelta de la URSS comprobó cómo Hitler empezaba a ensayar sus macabros números de vodevil en Europa. Pertenece a Una noche en la ópera. Después del lucimiento de Chico al piano llevando la mano derecha con un solo dedo y rodeado de niños que ríen a carcajadas, Harpo hace el payaso y se sienta a tocar Sigue leyendo «¡HARPO HABLA!, por Juan Soto Ivars»