Buscando a Seán

He leído este relato en varios lugares: Teatro Árbole, Museo de Tudela, Casa de Aragón en Madrid, bibliotecas… Nunca ha habido problema alguno, pero hace unos días recibí la recomendación de no leerlo más en clubs de lectura.  He decidido colgarlo hoy en el blog para que podáis acceder libremente a él.  No acepto recomendaciones que conlleven censuras. Este relato celebra la alegría. Y así lo han entendido en otro club de lectura bien distinto, esta vez en ese paraíso llamado Sitges.

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¡Ojalá vivas todos los días de tu vida! Jonathan Swift

Buscando a Seán

Tréboles verdes en la fachada, un arpa grabada en el cristal del escaparate y un nombre impronunciable en el letrero de la puerta aclaraban todas mis dudas. Aquel era el pub irlandés donde había quedado. Hacía frío, tres grados en la calle, pero, nada más entrar, una bocanada de calor te empujaba hacia delante. Me senté en la parte más recogida, en una mesa para dos.  La luz era perfecta, suave, ligeramente dorada. El local estaba decorado con cerámica irlandesa, instrumentos musicales y fotografías del viejo Dublín.

Ese pub iba a ser testigo del encuentro con mi padre biológico. Por fin lo iba a conocer. Después de muchas dudas, decidí buscarlo y lo encontré. Mi familia adoptiva jamás me contó nada sobre mi origen. Después de mucho investigar, he podido saber que mi madre murió al poco de que yo naciera y que mi padre no supo de mi existencia hasta pasados varios años.  Imagino que debió de ser impactante para él descubrir que tenía una hija, que esa hija había sido dada en adopción, imagino también que le reconfortaría saber que esa niña era feliz.

Tal vez imagino demasiado. Imaginar a veces es huir de la realidad. Imaginar es construir una historia a nuestra medida, una historia que en lugar de golpearnos nos ofrece la mano. No sé si hago o no lo correcto al ponerme en contacto con él, pero necesito saber cómo es.

Al cumplir la mayoría de edad decidí que si mi padre no se ponía en contacto conmigo, lo haría yo. Mi vida necesita una nueva historia, la mía.

Estaba tan nerviosa que empecé a beber, en poco rato vacié dos medias pintas. Había llegado con media hora de antelación con la idea de ver entrar a la gente y adivinar quién era mi padre, antes de que él se presentase. Quería tiempo para observarlo. No dejaba de pensar cómo sería. La de veces que había fantaseado con él. Cada cinco minutos echaba una rápida ojeada al pub.  Decidí pasarme al agua en lugar de seguir bebiendo alcohol. No sabía que los nervios pudieran provocar tanta sed.  Me sentía como una ballena varada en un pub.

Al cabo de unos minutos, entraron un par de adolescentes hablando en voz alto. Discutían sobre fútbol. Y entonces pensé: ¿A mi padre le gustaría el fútbol o el rugby?

Lo único que sabía de mi padre es que era irlandés, que se llamaba Seán y que era músico.  ¿Sería pelirrojo o rubio? ¿Llevaría barba o patillas largas? Alguien con aspecto de ser él entró en el local, pero no llevaba un pañuelo verde en la mano tal y como habíamos acordado. Seán, mi padre, no quiso enviarme ninguna fotografía suya, a pesar de que se lo pedí por correo electrónico. Yo sí que le envié un par de fotos mías. Apenas había diez personas en el local. Me invadieron las dudas… ¿Y si no venía? ¿Y si tenía mal la dirección? ¿Y si era otro pub irlandés?

Los nervios no me daban ni un minuto de tregua. Al final decidí ir al baño. Me peiné hacia atrás, hacia adelante, saqué la cabeza un par de veces para mirar si entraba alguien…

No, no había entrado ningún hombre con un pañuelo verde.  Fue entonces cuando una mujer abrió la puerta del baño. Era una mujer muy atractiva. Me preguntó con un acento precioso qué hora era. Al mirar el reloj se me cayó el bolso con todo lo que había dentro. Se agachó y me ayudó a recoger todo el contenido del neceser que se había esparcido por el suelo.  Hablamos sobre la cantidad de cosas que guardamos en los bolsos y que pocas veces utilizamos.

 «¿Estás bien?», me preguntó, supongo que los nervios me delataban. «Sí, sí, gracias». Respondí. Después cogí el bolso y regresé apresurada a la mesa, la más discreta del local.

A la hora en punto, justo cuando vigilaba la puerta del pub esperando a que por fin la abriera mi padre, la elegante mujer del cuarto de baño se acercó hasta mí y mirándome a los ojos mostró un pañuelo verde.

«Hola, Beatriz. Seán no ha podido venir, al menos no como tú lo esperabas».

Ha pasado un año desde entonces. Todos los viernes quedamos a cenar en el mismo pub, nos gusta recordar cómo nos conocimos. A él, bueno, a ella, le divierte escenificar mi cara de sorpresa. Yo no he olvidado su mirada llena de miedo, de incertidumbre, pero de seguridad al mismo tiempo. Algún día viajaremos juntas a Irlanda, cuando Seán, mi padre, pueda ser Joanna en su país sin ningún problema. Usamos el mismo perfume. Y sí, las dos somos pelirrojas y nos gusta el fútbol y el teatro.

Marta Navarro. Historia de tres mujeres con sombrero rojo. Huerga y Fierro, 2021

El libro fue publicado junto a mis queridas Pilar Aguaron y Ana Rioja. Escritoras, periodistas y pintoras.

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