
Fragmento de Autobiografía, de Morrissey
Margaret Thatcher preside la política de Inglaterra, azuza a la policía contra los británicos. Cada declaración pública suya es un barrizal de venganza atormentada y locura, sin un solo gesto de comprensión o afabilidad. La llaman la Dama de Hierro por su terquedad, perversidad e inflexibilidad; rasgos negativos, para los demás, pero, a saber por qué, ella está encantada con el mote. Thatcher, ni dama ni de hierro, es un hacha humana incapaz de comprender el error propio. La déspota se regocija en la destrucción de los mineros, un alma infeliz y maligna que sonríe triunfal cuando, siguiendo sus instrucciones militares de paz armada, se torpedea un barco argentino repleto de soldados adolescentes a pesar de no representar amenaza alguna para las tropas británicas. El Belgrano está fuera de la zona de exclusión de las Malvinas y navega en dirección contraria a las islas, de modo que Thatcher no puede defender sus actos cuando un miembro del público la interroga en un programa de televisión. Para dar la impresión de que gana todas las discusiones, Thatcher se limita a acallar a su oponente con un matraqueo apocalíptico y altisonante.
Cuando en Europa se propone un veto al comercio con marfil con el objeto de salvar a miles de elefantes africanos que están siendo masacrados, la avaricia egoísta de Thatcher no le permite apoyarla. Cuando los proteccionistas acuden a ella para poner fin a las condiciones bárbaras del transporte de terneros de Inglaterra al continente europeo, se niega a plantearse siquiera un cambio compasivo y su demoníaca influencia arroja más sombras todavía sobre el alma ahora perdida de Inglaterra.
Texto del libro «Autobiografía», Morrissey. Malpaso Edicciones