Babas, caviar, veneno y Zapatero
Desanimada tras escuchar las medidas de Zapatero, salgo de casa con la intención de ladrar junto a mi perra en un parque cercano. ¿Ladrar o escribir?, preferí ladrar. Deberíais agradecérmelo. Tenía en la cabeza una canción de Johnny Cash. Me sentía como un suflé de emociones, un revuelto de ira y de rabia, al comprobar cómo nos vuelven a toman el pelo económicamente hablando, emocionalmente hablando.
Después de ladrar un rato, me fui a comprar una crema. En realidad la crema la hago yo, buscaba los ingredientes: agua de hamamelis, rosa de mosqueta, aceite de Chiapas… En la tienda me recomiendan una marca. Les digo que no hace falta. La dependienta insiste, decido dejarle hablar. “Esta es la mejor crema de baba de caracol del mercado”. Le interrumpo. No, gracias. No me interesa. Insiste, así que le cuento que el dichoso gel se consigue provocando en los caracoles un stress espantoso. Los dejan en una máquina a gran velocidad y con mucho ruido. Ellos, que son tranquilos, se asustan y segregan baba más rápidamente como un acto de autodefensa. La baba del miedo, la llamo yo.
La dependienta decide venderme una crema con caviar. Yo, en lugar de callarme, le explico cómo extirpan las huevas de los esturiones, cómo les rajan y se las sacan a palas. Déjelo, por favor, déjelo. No quiero esa crema. Al final, insiste en lo que, según ella, es lo último de lo último. Tiene un efecto milagro, dice, se trata de la… “La crema con veneno de serpiente”. Sí, lo que habéis leído. No sé qué me pasó, pero me entraron ganas de llorar allí mismo. En otra ocasión me hubiera enojado, hubiera soltado un no sé qué, pero el día estaba demasiado arrugado como para eso. Y pensé que el país y sus medias drásticas, su tijeretazo fulminante, era un poco como las cremas que me estaban ofreciendo, una locura, un sinsentido. Una falta de conocimiento total. Un vivir deprisa sin preguntarnos. Un consentir una y otra vez que nos tomen el pelo. El efecto milagro, ponga veneno de serpiente en su piel y siga hacia delante. Hoy el país me parece una baba de caviar con veneno de serpiente. Y duele, duele más que nunca.