ADA
Ada, rubia de ojos lánguidos, perra ex-abandonada que desde hace años vive con y saca a pasear a una señora rubia como ella y secuestralibros (mi madre). La una es la prolongación de la otra. Aunque Ada se acomoda en el mejor sofá de casa comportándose como un vulgar humano, cuando regresa al campo, en especial al Pirineo, aúlla como una loba desatando sus ancestros más salvajes. Entonces es cuando más me fascina. Tiene toda la libertad y campo que podemos darle, menos de la que seguramente se merece.
Los fines de semana los pasa conmigo, sacando calcetines de cajones mal cerrados y buceando entre papeles dormidos. Hace como que cojea cuando no le sale de sus santos ovarios seguir caminando, más de una vez la he tenido que llevar a casa arrastrándola, ante la mirada indignada de algún viandante. Una vez hasta me dijo un señor: oiga, así no se trata a los animales. Aquel día la tuve que coger en brazos y soportar catorce kilos de cachondeo y cara dura perruna. No he vuelto a ceder a su retojuego. Ada, además de cara dura, está mayorcita, tiene algún problema en los ojos, pero sigue siendo un pedazo de actriz.
Aquí posa para el fotógrafo Primo en una manifestación contra algo o a favor de algo. Y la cara que pone es de estar pensando, pensando mucho.
Gracias, Primo, por estas fotos tan estupendas. Y acepta besos y un montón de ladridos de «Mi familia y otros animales«, con permiso de Gerard Durrell.