He aprendido a leer el lenguaje rizado del silencio.
Soy consciente del bosque que me habita,
de la noche que se esconde
entre los dedos.
A menudo nado por debajo de mí misma,
hacia zonas subterráneas
y oscuras
Los que leéis este blog desde hace algún tiempo quizá recordéis el post«Ladrón de bicicletas».Hace unos días Tâher, mi ladrón de bicis particular, empezó a despedirse de la ciudad, del barrio, de Mouja, de tío Aisha, de sus amigos y también de mí. Tâher regresa a su país, regresa después de varios años de trabajo duro, de sonrisa tierna, de palabras brillantes y perfectas. Se va después de años de, según todos los que lo conocen, mucha generosidad y buen rollo. Se va porque sus huesos se han resentido de tantas horas de trabajo a destajo, de alguna herida en la pierna mal curada y de un cansancio interior excesivo. Vuelve a su país, porque la crisis le ha mostrado la peor cara y la peor de las amnesias a este hombre de mirada cálida y voz suave. Se va porque se siente viejo. Se va porque dice que lo que ve no le gusta. Y esto último, lo de «lo que veo ya no me gusta», es lo que me ha dejado más tocada. Se va, pero se quedan las palabras cada vez más coaguladas y vergonzosas del impresentable del ministro Corbacho, esa especie de hiena (y que me perdonen las hienas) que el gobierno saca para mordisquear la vida de mucha gente como Tâher.
Tengo un par de fotos que me apetecía subir pero sin su permiso no me atrevo. Tal vez, si lees este post en el locutorio donde sueles ir, me darás permiso. El permiso que hace unas horas no me atreví a pedirte.